Paz elegido en balotaje: “Es con amor que la patria se resuelve, no con odios ni divisiones”
Rodrigo Paz Pereira, de Santiago de Compostela a la Casa Grande del Pueblo. El primer presidente elegido por vía del balotaje nació en España, no por azar del destino, sino porque en 1967 su padre, el expresidente Jaime Paz Zamora, vivía en el exilio, lejos del gobierno autoritario del Gral. René Barrientos Ortuño.
El 19 de octubre de 2025, pocos minutos después de las ocho de la noche, el Tribunal Supremo Electoral informó el resultado preliminar de la segunda vuelta de las elecciones generales. En ese instante, Paz Pereira se convirtió en el primer ciudadano boliviano que gana la presidencia en un balotaje. No solo eso: también marcó otro hito, al ser el primer político que triunfó contundentemente en su primera candidatura presidencial.
Y fue en la noche del 19 de octubre cuando dio su primer discurso como presidente electo. Lo hizo rodeado de su familia y de los dirigentes del PDC, pero en ausencia de Edmand Lara, su compañero de fórmula. Agradeció las llamadas de felicitación de varios mandatarios, destacó el trabajo realizado por el TSE y lamentó que la guerra sucia haya empañado la campaña electoral.
Un largo recorrido
Nunca antes se había aplicado la segunda vuelta. En 2009, Evo Morales ganó con el 64,22% de los votos, y en 2014 se impuso con el 61,36% de los sufragios. En 2019, parecía que Bolivia estrenaría el balotaje entre Morales y Carlos Mesa. De hecho, los datos oficiales del Tribunal Supremo Electoral, a través del TREP, abrían esa posibilidad. Pero todo cambió después de un corte de luz y un atronador silencio de 24 horas, lapso en el cual variaron las tendencias y se pretendió imponer una ajustada victoria del líder masista evitando la segunda vuelta.
La historia de 2019 es harto conocida. Nadie creyó en el milagro electoral. Nadie admitió que, en cuestión de horas, llegaron cientos de miles de votos que cerraron la posibilidad de un balotaje. Incluso las misiones de observación electoral de la OEA y la Unión Europea expresaron dudas sobre el resultado, dudas que derivaron en manifestaciones callejeras y en un motín policial que forzó la renuncia de Evo Morales y Álvaro García Linera a la presidencia y vicepresidencia del Estado.
Esa herencia inconclusa del 2019 fue el telón de fondo del presente. Porque la historia política de Bolivia llegó al 19 de octubre de 2025 con un aire de madurez institucional. Por primera vez en casi dos siglos de vida republicana, el país acudió a una segunda vuelta presidencial para definir al jefe de Estado. No fue un simple detalle técnico: fue la materialización de un principio democrático inscrito en la Constitución de 2009, esa carta magna que, más allá de su carga simbólica, instauró un nuevo modo de resolver las disputas por el poder. El balotaje no había existido jamás en Bolivia. Hasta entonces, las urnas eran solo la primera mitad de una batalla que concluía en los pasillos del Congreso, donde los votos ciudadanos se diluían entre pactos, presiones y acuerdos de último minuto.
Durante gran parte del siglo XX, y aún en los albores del XXI, los presidentes no eran elegidos por mayoría popular directa, sino por una Asamblea fracturada que hacía de árbitro y de arena. Desde el retorno a la democracia en 1982, ninguna elección general otorgó mayorías absolutas. Los candidatos ganaban en las calles, pero perdían en los cómputos. Las alianzas decidían lo que el voto no lograba.
Víctor Paz Estenssoro volvió al poder en 1985 no por la magnitud de su victoria, sino por un pacto con sus adversarios. Detuvo la hiperinflación a costa de un ajuste económico traumático. En 1989, un acuerdo aún más insólito entre Banzer y Jaime Paz Zamora -segundo en las urnas- llevó al líder mirista a la presidencia, en medio de negociaciones que mezclaron poder, conveniencia y hasta enemistades reconciliadas a la fuerza. La democracia boliviana sobrevivía entre los susurros de los pactos y la desconfianza de la gente.
Esa fórmula se repitió una y otra vez. En 1993, Gonzalo Sánchez de Lozada selló una alianza con el MBL; en 1997, el turno fue de Hugo Banzer, apoyado por sectores empresariales y partidos menores; en 2002, la historia bordeó el absurdo: el Congreso eligió a Sánchez de Lozada por encima de Evo Morales, pese a que la diferencia en votos había sido mínima.
Cada decisión parlamentaria era un espejo de las correlaciones de fuerza, no de la voluntad ciudadana. En los cafés de La Paz y en los mercados de Santa Cruz, la gente hablaba de “negocios” antes que de programas. La política era un tablero donde se negociaban ministerios, embajadas y privilegios. La sangre derramada en octubre de 2003, durante la llamada “guerra del gas”, fue también el precio de esa desconexión entre el voto popular y el poder real.
El 2005 rompió ese ciclo. Evo Morales Ayma ganó con el 53,74% de los votos, la primera mayoría absoluta desde 1982. El Congreso ya no tuvo que decidir. La historia política del país cambió en un solo día. Con Morales comenzó un nuevo tiempo: el del voto contundente y el del Estado Plurinacional, sellado en 2009 con una Constitución que, entre muchos cambios, estableció el balotaje presidencial como garantía de legitimidad.
La paradoja de la historia boliviana fue que esa herramienta —el balotaje— tardó dieciséis años en estrenarse. Ni en 2009, ni en 2014, ni siquiera en el polémico 2019, fue necesaria una segunda vuelta. Evo Morales ganó dos veces con más del 60%, y Luis Arce lo hizo en 2020 con el 55%. Solo en 2025, tras una fragmentación del voto y una recomposición del mapa político, el país se encontró frente a su primera definición en segunda instancia. Las reglas estaban escritas desde hacía años, pero recién ahora se pusieron a prueba. La democracia, como los viejos relojes del Palacio Legislativo, empezó a marcar su hora exacta.
El triunfo de Rodrigo Paz Pereira marca así un nuevo punto de inflexión en la historia política de Bolivia. No se trató únicamente de una elección cerrada, sino del cierre de una etapa. Por primera vez, la segunda vuelta sirvió para dirimir un liderazgo con legitimidad completa, sin pactos en la sombra ni congresistas que decidieran por la mayoría. El ciudadano fue, finalmente, el único árbitro.
El 19 de octubre de 2025 quedará en la memoria nacional como la jornada en que Bolivia completó su tránsito desde la república pactada hacia la democracia de las mayorías. No hubo épica militar ni discursos grandilocuentes, solo la rutina austera de un país que aprendió -tras siglos de inestabilidad- que el poder legítimo nace de la voluntad ciudadana.
Anoche, cuando se conocieron los resultados oficiales y Rodrigo Paz se declaró presidente electo del Estado Plurinacional, Bolivia escribió una página inédita de su historia democrática: aquella en la que el poder se conquista, al fin, con el voto limpio, directo y soberano de su pueblo.

